Oliver Peña, chef de Teatro Kitchen Bar, nos recibe en su restaurante. Aquí no utiliza garum en ninguno de sus platos porque no se ajusta a la propuesta gastronómica de su local, pero conoce perfectamente este condimento, que ha aprendido a lo largo de su extensa trayectoria en la alta cocina.
Cuando trabajaba como chef de Enigma él y su equipo lo hacían de forma tradicional.
Trituraban el pescado con la sal y lo dejaban encima del horno, ya que la cocina de producción era el lugar más caliente del restaurante. Hacían los tradicionales de boquerón y caballa e intentaron alguno experimental, como el de carne, pero que no salió bien. Controlaban bastante el proceso, que dura entre seis y nueve meses, y cuando el líquido se había precipitado lo filtraban utilizando primero una estameña o superbag para quitar el residuo sólido y después papel de doble celulosa.
Tras la pandemia, la trayectoria de Oliver cambió y desde 2022 está al frente de Teatro Kitchen Bar donde, insisto, no sirven platos con este condimento.
Oliver dejó de hacer garum a la antigua usanza y actualmente está experimentando con las proteasas, a las que les ve un futuro interesante.
La proteasa son las enzimas digestivas que descomponen las proteínas de la carne, y son las que se encuentran en el tracto digestivo de sardinas, boquerones y otros pescados azules. Esta misma función de descomposición se consigue con el aspergillus oryzae o koji, que es el método que prefieren la mayoría de cocineros desde que Noma publicó su guía de fermentación.
La proteasa a base de koji se puede encontrar en el mercado y, simplemente, consiste en esa misma enzima pero muy concentrada. Es relativamente fácil de utilizar pero no tanto si se quiere conseguir un resultado delicado y sápido como el del garum a la manera tradicional.
El sistema habitual recomendado por las empresas proveedoras de proteasa incluye triturar el alimento, ponerlo en una bolsa y cocinarlo a 60 grados durante determinado tiempo.
El resultado está bien, pero existen diferencias de sabor y de matices con respecto al garum tradicional.
La aplicación de calor a veces puede afectar al sabor final del producto, provocando reacciones amargas o que el sabor sea demasiado intenso. Por eso Oliver busca una combinación del método tradicional y el empleo de las proteasas, aplicándolo sobre el producto en crudo para evitar esos posibles efectos secundarios.
La ventaja de la proteasa -y la del koji- es que es muy versátil y permite hacer garum de cualquier cosa sin ese sabor final a pescado que siempre tiene el tradicional.
El inconveniente es que es muy delicado y hay que controlar mucho la temperatura, sobre todo evitar que no haya picos de calor que hagan inestable el producto. Nos enseña una de sus pruebas ‘fallidas’, un garum hecho con los recortes de la anguila -justo lo que no utiliza para la Tartaleta de nori, foie gras & anguila que sirve en el restaurante-. Preparó el garum en plena ola de calor y lo subió al almacén, donde quizá hacía aún más calor.
En solo tres días se había disparado y se avinagró: un garum desviadísimo, muy ácido, que con suerte se puede utilizar como aliño. Según Oliver, el secreto está en controlar mucho la estabilidad de la temperatura -hay que evitar las olas de calor por encima de 32 grados- y en la cantidad de proteasa que hay que poner, que debe ser muy poca. Confía en las posibilidades de la proteasa aplicadas al producto en crudo, solo se trata de seguir haciendo pruebas...